martes, 9 de junio de 2009

Lo justo en la corrida de toros

Una defensa a la Tauromaquia.

Olé viene de Alá, de la misma forma que la muleta remite al lienzo del catre, el estoque a la verga del macho, el volapé al fornicio y la sangre al himen roto. [1]
¿Deporte o Arte? La verdad es que ninguno de los dos por sí mismo, sino que ambos y algo más. Del primero es fiesta y del segundo belleza, pero sobre todo corresponde a un espectáculo cultural que se pretende representación creativa de la realidad. En cuanto tal se constituye como síntesis de cuatro elementos: lo sagrado, lo simbólico, lo artístico y lo festivo[2]. De este conjunto de elementos nace la justificación estética del presente trabajo, calificando a la tauromaquia de actividad justa y, por consiguiente, función fundamental de la cultura española.
La corrida de toros moderna es el producto del desarrollo cultural de un pueblo. Sus orígenes, según las palabras autorizadas de Álvarez de Miranda, versan sobre una fe de base y de inspiración naturalmente mágica que se ha perpetuado a través de una sociedad cristiana y de una cultura progresivamente evolucionada. Dicha magia proviene del mito del poder del toro como fuente de fecundidad, y el sólo contacto con el animal como transmisión de la potencia sexual. La costumbre de su muerte a manos del torero, si bien nace en una etapa posterior -el toreo caballeresco- , está impregnada de este significado ritual[3]. En este sentido, la muerte del toro es la máxima forma en una dinámica de transmisión sexual y condición de posibilidad para que el torero -el vestido de luces- se transforme en héroe[4], una especial elevación del hombre que encara su deseo más básico -el poder (sexual)-, que absorbe.
De ahí que la irritación y la bravura del toro, intencionalmente buscadas, sean a la excitación como la valentía y el orgullo torero es a la sensualidad. Simbolismo del libídine que, en los hechos, es mantenida y difundida a través de la concepción cristiano-moral que le sirve de propaganda: la sublimación de las potencias superiores (vg. inteligencia) por sobre las inferiores (vg. sexualidad), en la antigua dicotomía alma/cuerpo. En este entendido, el toro no es más que un objeto en manos del hombre, que nace con el sino de medio simbólico y -tal como las pinturas para el pintor-, se vuelve imprescindible en la obra final.
La tauromaquia deviene justa, entonces, en tanto genuinamente simbólica. Por consiguiente, en cuanto siga instaurada como la expresión artística desde donde pende inconscientemente la cultura española, su cercenamiento significa una profunda injusticia: la proscripción del impulso originario de un pueblo,  la función sexual entronada en “la faena”.
Ahora bien, en cuanto a una completa justificación estética también cabe mencionar una correcta aplicación técnica (donde a su vez destaca otro criterio sobre lo justo). El problema ya no es de justicia (entiéndase en el sentido de una voluntad colectiva que se constituye cultura a través de actos de adecuación social), sino de justeza. Cada uno de los integrantes del espectáculo taurino debe estar a su rol, procurando perfección en el obrar. Esta especial gracia en la ejecución efectivamente caracteriza todo el evento: desde la entrada de los toreros al ruedo hasta el último juicio del público, incluyendo cada una de las “suertes” (por poner unos ejemplos de técnica antitética: En “la suerte de las banderillas” éstas deben clavarse al animal enfrentándolo, con ambas manos. El embelesamiento que produce este acto -que en sí mismo es un adorno, especial preparación antes del clímax- incluye la sangre corriendo por el lomo de la bestia. En cambio, para la estocada final, el torero debe estar a una limpieza tal que, apuntando al corazón, produzca una muerte inmediata e inevitable).
En este plano el animal deja de constituir el objeto imprescindible antes mencionado para convertirse en co-protagonista de la brega, requiriéndose de él un cierto estándar para la consecución del “justo espectáculo”. Así entendido, del toro se espera una especial castidad y bravura, acometiendo a la muleta con fuerza, no sin antes dejarse hipnotizar por los movimientos del torero. Que no se olvide que el toro que cumple este rol con especial fidelidad es dispensado por el torero, quien lo destina a una vida de extraordinaria alimentación y cruce.
Así, desde este marco conceptual -donde justicia y justeza conforman "lo justo"- se justifica aquello que los más acérrimos detractores de este arte ponen sobre la palestra: el sufrimiento y la muerte del toro. Sus argumentos tienen dos vertientes básicas (comúnmente mezcladas en un mismo discurso): la que considera que el sufrimiento y la muerte del animal no tienen razón alguna y aquella que refleja un sentimiento de especial compasión hacia él.
Respecto de la primera, basta con la justificación estética expuesta en la primera parte para llenar la laguna de sentido que propugna. Quien lo quiera evadir según un desdeñable formalismo jurídico debe notar que un espectáculo tan rico y culturalmente importante como el que someramente acabamos de delinear se enmarca dentro de la libertad, y que si bien podría ponderarse con otros principios consagrados constitucionalmente al caso[5], aquí prevalece. En esta línea, en el evento (común) en que se propugnen oposiciones a la tauromaquia en código moral-utilitarista (v.g. con ideas como “mayor valor” o “necesidad”) deberá considerarse que los valores y necesidades de un pueblo no se limitan a sus requerimientos económicos y sociales, sino que también incluyen sus impulsos estéticos originarios, tale como como aquellos que satisface la fiesta taurina.
En cuanto a una segunda vertiente de oposición, que consiste en un criterio moral contenido en una máxima de igualdad de todo lo viviente, ésta se estructura más o menos así: se siente com-pasión por el toro -osea, se padece con él- al considerarlo como un igual, un integrante de la misma unidad vital a la que nosotros, los hombres, pertenecemos. En este sentido matar al toro es algo malo, un despropósito contra la vida. Pues bien, aunque emotivo, ello no es preciso; este argumento confunde dos planos: 1. el alcance general de la referida unidad vital y 2. la igualdad valorativa de los elementos integrantes.
En efecto, si bien apoyamos la tesis de la referida unidad vital, propugnamos que ésta se desenvuelve precisamente en lo desigual, en una dinámica de subyugación-obediencia. La tauromaquia, así las cosas, atiende al concepto de pasión, pero no de compasión: el sufrimiento y la muerte del animal son condiciones necesarias en esta vía de liberación de los impulsos originarios. Es más, la compasión, tal como la entienden los opositores de las corridas de toros, se vuelve contra natura, atentando contra la vida misma[6]. Obstáculo insalvable de la unidad vital - y de su desigualdad valorativa inherente-, que finalmente no es más que un impulso de debilidad y muerte.
Cosa distinta es el respeto, que se condice plenamente con el acto performativo del sacrificio animal. En una correcta tarde de toros el trato hacia el animal es siempre deferente, ya que en virtud de su fatal protagonismo debe gozar siempre de un especialísimo amor totémico.


En fin, la corrida de toros constituye la concreción festiva de un rito que en cuanto tal se encuentra estéticamente justificada mediante los impulsos sexuales y creativos que simboliza. Esta justificación incluye criterios sobre lo justo que influye en sus formas artísticas, tanto al representar la dinámica "sometimiento-obediencia" que rige la vida (justicia taurina), como de las técnicas controladoras del sufrimiento debido empleadas en el ruedo (justeza taurina). Todo ello enmarcado dentro de aquellos principios normativos que surgen de las propias valoraciones de la comunidad en donde se desenvuelve el sacrificio, permitiendo un espectáculo que, entre toros y magia, ha infundido alma al pueblo español.
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[1] Prólogo de MONTERO GLEZ a GONZÁLEZ VIÑAS, Fernando: José Tomás. De lo espiritual en el Arte. Berenice, España, 2008, pág. 10.
[2] Cfr. La desacralización del rito: el arte y la fiesta en la corrida de toros [recurso de Internet: http://www.columbia.edu/~oiu1/Lit/Bullfight.doc, revisado por última vez el 30.05.09]
[3] Cfr. ÁLVAREZ DE MIRANDA, Ángel: Ritos y juegos de toro, Biblioteca Nueva, 1998, respecto al toro en la mitología española vea págs. 47 y ss. ; respecto a la fe e inspiración mágica vea pág. 67 y ss; y respecto a los elementos rituales en las corridas modernas vea 85 y ss.
[4] Cfr. Prólogo de OSHIMA, Hitoshi a MUSHASHI, Miyamoto: La vía del samurai. Libro de los cinco anillos.
[5] La verdad es que no encuentro, dentro de los principios que informan las constituciones contemporáneas, un principio que sirva para este fin, aunque sin duda habrán ingeniosos que los señalen a la luz de
[6] Cfr. NIETZSCHE, Friedrich: Más Allá del Bien y del Mal, Alianza Editorial, 1980, en especial págs. 171 y ss (aforismo 225).

1 comentario:

Va por México dijo...

No me puedo explicar como algunas personas creen que podría ser cultura o arte esta manifestación de la crueldad humana.

Como pueden llamar cultura el ver a un animal sufriendo con banderillas enterradas en la espalda para posteriormente asesinarlo con una certera espada en el lomo del pobre animal.

Creo que ya no estamos en la edad media para creer que matando a un toro se transfieren los poderes sexuales o la virilidad... Que demonios es esa idea tan anticuada y mediocre...?

Ahora bien hablan de justicia en este "deporte o cultura" diganme que justicia hay en ello... Si realmente existiera alguna justicia en este deporte cuando un toro mata a un torero seria justo que le dieran la oreja del torero al toro o si el toro esta apunto de ser cruelmente asesinado con la espada seria justo si soltaran a otros 5 toros al ruedo y no como lo hacen cunado un toro revuelca a un torero que inmediatamente salen otro toreros a quitarle el toro al torero.

Por favor piensen un poco antes de llamar deporte o cultura a este tipo de crueldad animal...

¡ NO MAS FIESTA BRAVA !