viernes, 3 de junio de 2011

Carta al Director





Señor Director:

Junto con saludarle muy cordialmente, me dirijo a Ud. para felicitar públicamente – a través de su periódico-, al muy honroso pueblo de Algarrobito, enclavado al inicio del bellísimo Valle de Elqui.

El domingo recién pasado, por esas casualidades del destino, estuve de visita en ese pueblo. Grande fue mi sorpresa cuando leí en un cartel que justo al mediodía, en la parroquia del lugar, se oficiaría una Misa Tridentina (de aquellas que se estilaban antes del Concilio Vaticano II) a propósito del Día del Patrimonio.

Ya dentro de la Iglesia mi sorpresa fue aún mayor. El lugar estaba repleto de un piadoso público que, frente a un muy cuidado altar, presentaba una elegancia pocas veces vista en los días que corren. La honda espiritualidad se sentía en el aire, mientras el canto elevaba las almas de aquellos que respondían en un latín preconciliar a las diferentes partes del oficio religioso.



Debo dejar en claro que no es mi intención discutir sobre las repercusiones eclesiales de tal acto. Menos aún podría indagar en sus repercusiones teológicas. Sin embargo doy fe que fui parte de una experiencia estética maravillosa, que incluso me empujó a comulgar después de mucho tiempo. “Suma belleza, suma verdad”, según Tomás de Aquino.

Ahora bien, todo esto me hace reflexionar sobre una cuestión mucho más mundana que comparto con Ud. y su público lector. Si conviene Ud. que La Serena y su valle de Elqui corresponden a lugares especialmente espirituales (no olvidemos que tratamos de la ciudad “de los campanarios” y el valle “de las estrellas”), donde por ejemplo nuestra Gabriela Mistral engendró su poética más panteísta, ¿cómo puede comprender que nuestra ciudad pareciera crecer a espaldas de esta realidad?

No hay que ser un sabio para darse cuenta que la actual política de crecimiento de La Serena prefiere por mucho a la cultura del consumo que a la del espíritu. Es sólo cuestión de mirar el centro urbano para notar la disarmonía que algunos edificios comerciales representa para nuestra arquitectura más sentida. Lo mismo respecto del afán turístico estacional -con sus proyectos inmobiliarios titánicos-, que se construyen a espaldas del componente humano permanente y de nuestra más arraigada tradición serenense. Ejemplos podría seguir contando por montones…


Felicito entonces al párroco de Algarrobito y a su pueblo que, empujados por su fe religiosa y su sentido común, pudieron actualizar el verdadero patrimonio de esta zona tan particular. Con humidad levantaron un verdadero monumento en aquella iglesia, no sólo en cuanto a la pulcritud del edificio que cobija, sino que, más importante aún, como un lugar verdaderamente significativo para sus feligreses. Un patrimonio material e inmaterial.

De paso, corresponde a su vez hacer un llamado de atención para las autoridades. Si ellos - tal como lo hizo un pequeño pueblo campesino-, ven con los ojos del corazón, notarán que el bienestar social no está solamente vinculado a la economía de mercado, sino que también a las necesidades intelectuales, espirituales y (re)creativas de todas las personas.

Publicada en el Diario el Día de La Serena, el 3 de Junio de 2011

(P.D. Encontré fotos de la misa en http://bit.ly/jKLMqp)


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