martes, 4 de enero de 2011

Despedida




"La Muerte es la compañera del amor,
la que abre la puerta y
nos permite llegar a Aquel que amamos".
San Agustín

Abuelita Margarita, hoy la despedimos con tristeza. Mucho de lo que somos como familia -y aún seremos en el futuro- se lo debemos a Ud. y es por eso que me siento muy honrado en declarar lo que su persona significa para nosotros.

Junto con mi tata René, queridísima abuelita, Ud. formó una hermosa familia de la cual nació Marcela, Margarita, René y Renán. Con el tiempo se sumaron nietos: Catalina, Fernanda, Víctor, Claudia, Belén, Verito, Pía y Renán y, por último, un bisnieto: Héctor. Con todos fue Ud. una adorable esposa, madre, abuela y bisabuela.

El pueblo de Algarrobito, nuestro eterno refugio dominical, es prueba de la belleza de su vida (si pudiese recordarla sólo en un lugar, es seguro que allí -al inicio del valle de Elqui- es donde la recordaría). Arraigada quedará la memoria de su mesa atiborrada de gente compartiendo, con espíritu campesino, la auténtica sabiduría popular; arraigado quedarán esos patios y huertos -muy cerca de la pequeña plazita- donde siempre hubo niños jugando felices, protegidos a su cuidado. Pasará mucho tiempo antes de que en esa tierra se esfume la estela de su profundo amor y de su enorme respeto por todo lo que es bueno y digno...

El sentimiento de su partida nos embarga. Me resulta inevitable inquirir tal como lo hizo Cristo en la cruz: “¿Señor, por qué la ha abandonado?”, ¿por qué se la ha llevado? Y allí, en la soledad de la fe, no tengo otra alternativa más que reconocer su sensible fallecimiento como el producto de un inefable poder que hoy le abre la puerta a una nueva vida.

Doy testimonio que Ud. fue ejemplo de amor cristiano. Siguió fielmente las enseñanzas de san Pablo: Tuvo un amor sincero. Aborreció el mal y procuró todo lo bueno. Su amor fraternal fue verdadero cariño y fue siempre trabajadora y diligente. Fue fervorosa en el Espíritu y sirvió al Señor. Tuvo esperanza y fue alegre. Fue paciente. Oró. Compartió con sus hermanos y los necesitados. Acogió a los que estaban de paso. Bendijo. Se alegró con los alegres y lloró con los que lloraban. No buscó grandezas y fue humilde; nunca se tuvo por sabia aun cuando lo era.

Estamos eternamente agradecidos de la bendición de su vida: un regalo administrado en base al amor y a la familia. ¿Qué mejor demostración de entrega en el amor que su mirada liviana y su sonrisa a flor de boca? ¿Qué mayor felicidad que su recepción cordial y compasiva? Atesoro los momentos en que, aun con paso cansino y con molestias que se acrecentaban, Ud. nos ofrecía verdadera humanidad apenas hubiésemos pisado el portal de su casa. Ese calor será la brújula con que hemos de dirigir nuestros pasos en el mundo.

Abuela mía, este consuelo, el inicio de la aceptación de su partida, cala profundamente en nuestros corazones y le otorga sentido. Allá arriba nos veremos de nuevo -nos encontraremos con el tata, también-, y repetiremos esas hermosas tardes en que nos enseñó de la vida buena, de la vida humilde, de la vida generosa y en fin, de la vida pura.

*A nombre de la familia, les doy mis más sinceros agradecimientos por su asistencia a esta despedida. Estoy seguro que nuestra abuelita nos mira cariñosamente desde su nuevo umbral, junto con los ángeles celestiales y todos los santos, gozando de la dicha de ver el rostro del Dios que es infinitamente bueno, bondadoso y justo.

Margarita Elsa Gálvez Muñoz, descanse en paz.