El mago enmascarado, así se hacía llamar. Un pobre diablo que no fue famoso hasta que luego de estar en el aire unas cinco veces, saltó a la fama y tuvo que descubrir su rostro. Presentado por Copperfield y luego criticado por él. Su show era simple: hacía un truco de magia fantástico, esos de Las Vegas, televisados por HBO. Luego, cual científico descubridor de una nueva propiedad, disertaba sobre la obra y la destripaba. No se preocupaba de alabar al mago, sino en descubrir su secreto.
Debo confesar una oculta admiración por el personaje. Tenía los huevos para enfrentarse, a través de su proyecto, con toda una camada de enojados magos que veían en ello "la pérdida de la ilusión". No sospechaban el favor que les hacía: los obligaba a crear nuevos trucos para un público cada vez más exigente. Pero no es por eso que lo admiro. Además fue lo suficientemente inteligente para presentarse utilizando una máscara, ocultando su verdadera identidad. Eso parecía honesto -él no era un mago, sino otra cosa-, más misterioso y, de cierta manera, empoderado. Pero tampoco por eso lo admiro. Al principio era irónico, a veces insultante, lo que se contraponía con esa forma de ser del mago, siempre medio siútico y afectado. Entenderán que no es a eso a lo que me refiero.
Lo que admiro del personaje es su amor por la truco reflejado en su incesante búsqueda por el artificio: esa ilusión estrictamente formal que hace al público manifestar su admiración por el mago. Completamente al desnudo, la atención del show volvía a "la obra mágica" (si podemos llamarla así).
Debo confesar una oculta admiración por el personaje. Tenía los huevos para enfrentarse, a través de su proyecto, con toda una camada de enojados magos que veían en ello "la pérdida de la ilusión". No sospechaban el favor que les hacía: los obligaba a crear nuevos trucos para un público cada vez más exigente. Pero no es por eso que lo admiro. Además fue lo suficientemente inteligente para presentarse utilizando una máscara, ocultando su verdadera identidad. Eso parecía honesto -él no era un mago, sino otra cosa-, más misterioso y, de cierta manera, empoderado. Pero tampoco por eso lo admiro. Al principio era irónico, a veces insultante, lo que se contraponía con esa forma de ser del mago, siempre medio siútico y afectado. Entenderán que no es a eso a lo que me refiero.
Lo que admiro del personaje es su amor por la truco reflejado en su incesante búsqueda por el artificio: esa ilusión estrictamente formal que hace al público manifestar su admiración por el mago. Completamente al desnudo, la atención del show volvía a "la obra mágica" (si podemos llamarla así).
Su manera de defender el oficio era rehaciendo el truco en la pantalla. Quién sabe si esa era efectivamente la maniobra empleada por el mago original; la composición venía re-dibujaba con un nuevo pincel, el suyo propio. Valentino se introducía en las vísceras del truco -lo sacudía- y de ello nacía el nuevo espectáculo. Inspirado en su dinámica técnica, el hombre enmascarado interpretaba el acto mágico, lo revelaba, y así, lo reafirmaba. Verdadera taumaturgia.
La asociación da magos no entendió su propuesta. Lo ningunearon, pero ello no resultaba: al contrario, su show tenía cada vez más audiencia. Optaron entonces por comérselo vivo, acogerlo entre sus filas y, desde allí, atrapado, hacerlo desaparecer. Cayó en la trampa y por unos cuantos millones se desenmascaró. Resultó ser un mago igualmente de afectado y playboy que los otros. Recorrió el mundo - descubriendo su rostro en cada lugar- ganando plata, y mucha. El hombre insultó a su máscara hasta que al final la traicionó a muerte. Al final quedó el pobre hombre detrás de la careta, solo.
Yo, sin embargo, sigo admirando a la leyenda: a Valentino, el mago enmascarado.
1 comentario:
un hombre al cual seguirle el ejemplo
transgredir, diseccionar, re-elaborar
un nuevo saber para un nuevo poder
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