La Justicia sentada, impasible. Una mujer con los ojos vendados, que porta una balanza y una espada. Este es el ícono Justicia que adorna edificios públicos, plazas y nuestro propio inconsciente. Modelo iconográfico, correspondiente al desarrollo de un concepto trasvasijado a la imagen, que impregna nuestra propia cultura. Surgida de las distintas inquietudes sociales a lo largo de la historia occidental (de fuente popular o de élite, según los tiempos), formael caldo de cultivo para una oculta poética.
Esta solapada vertiente de la Justicia, la icónica, se aleja a zancadas de aquellas frías abstracciones a las que nos tienen tan acostumbrados los juristas -teóricos sobre el Derecho y su objeto-. Parcialmente virgen de los atentados de la razón, a ello les resulta indigna de mayor análisis. Olvidan que, provista de un aura numénica, es esta dimensión de la Justicia la que se constituye en ilusión inspiradora para muchos de los que leen entre líneas el texto legal, aquellos que se regocijan con su espíritu vivificante. Y para estos últimos, lo que sigue.
Trazaremos intuiciones sobre las raíces más remotas del ícono justicia, aquellos pre-helénicos que inauguraron el desarrollo estético occidental. Desde allí descubriremos el arquetipo, reconociendo una simbología trágica básica, para luego identificar un cierto desarrollo estético. Intentaremos una reconstrucción del símbolo, tarea olvidada de aquellos que se preocupan de la Justicia en el caso concreto, pero esencial para los que discurren sobre su valor. Sabemos que la tarea no es fácil, pero al menos como un primer paso somos conscientes de la poética responsabilidad que nos convoca.
TEMIS Y NÉMESIS
La primigenia Justicia estaba constituida por dos referentes mitológicos de la edad dorada de los griegos: Temis (el orden) y Némesis (el deber). Extrañamente ambas diosas reciben cultos similares en modo, lugar y tiempo aunque sus figuras no suelen coincidir en los relatos. Mitológicamente apenas se relacionarían en su cercanía con Zeus, el Padre del Cielo, aunque en medidas muy distintas. Mientras Temis recibía un trato igualitario y respetuoso por el máximo dios, en algunos relatos Némesis se cuenta como objeto de un amor no correspondido, que marcaría una relación violenta y de rechazo. Desde este punto de vista ya vislumbramos una tensión en el imaginario presocrático. Por un lado Temis, la gracia inmaculada, belleza que supera la frivolidad del desorden orgiástico, encaramándose en las altas cumbres del Orden; y por el otro Némesis, la espuria, desordenada y finalmente mancillada por el Supremo. Una tensión que se advierte en sus respectivos mitos.
Temis es una Titánide, un tipo de poderosa deidad a la que los antiguos rendían homenaje inspirados en el orden divino, las leyes, las costumbres y la correcta relación entre el hombre y la mujer. De su vientre nacen tres bellas hijas: Las Horas, personificaciones de las estaciones del año, y tres algo más escalofriantes: las Moiras, oscuras tejedoras del destino de los hombres. Las primeras -Eunomia, Dices y Eirene-, simbolizan el buen orden, la armonía y la paz. Son el espejo de su carácter optimista, una apología a la vida y su aparente belleza. De las segundas -Cloto, Láquesis y Átropos-, Temis refleja una tendencia rectora del sino de los hombres. Ellas tejen el delicado porvenir humano en las profundidades del Tártaro. Así, la imagen glorífica de la diosa es desparramada antíteticamente en sus hijas: en las primeras la pasividad del hombre frente a su destino; en las segundas el ingente poder para recrear el mundo.
En Temis surge la mística idea de que el verdadero medio para la consecución de la Justicia como valor -el Derecho Infinito-, no es más que la “derechura de la acogida hecha al rostro” leviniano. Los relatos la caracterizan como “la de las hermosas mejillas” y la representación de su efigie en el templo de Némesis así lo avalan: belleza combinada con bondad compasiva (como en la escena donde es la primera en ofrecerle una copa a Hera, que vuelve al Partenón arrepentida por su desobediencia). En el fondo, no sólo un impulso de los presocráticos hacia lo inmaculadamente bello –una representación antropomórfica de la armonía y la templanza-, sino que también un profundo arrobamiento en la beatitud de la vida. Acompañada de esta inherente magnificencia, su influjo alcanza lo institucional, derivando en la consagración de jueces, conocidos como sus sirvientes, los themistopoloi.
Némesis, por su parte, conformaría la síntesis de las segundas hijas de Temis. Hija de Urano, es la moira entronizada como justicia eterna sobre los destinos de los dioses y los hombres. Mide la felicidad o desdicha de aquellos que han tenido fortuna al humillarles en caso de que se vuelvan vanidosos. Famoso es el episodio de la muerte de Narciso en que la diosa lo condena por rechazar a la ninfa Eco. Extasiado de su terrible hermosura, lo ahoga en el lago.
Esta diosa responde al caótico deseo de venganza fruto de la profunda influencia oriental de la Grecia prehelénica: lo que hoy llamamos "auto-tutela" (coincidentemente Richard Graves señala que la imagen de Némesis se construyó con el mármol que originalmente iba a coronar una fallida conquista del Ática). Además Némesis surge y participa de las profundidades -algunos relatos dirán el océano, otros las tinieblas- traumáticamente componiendo los disparates de la suerte (Tique). Es por ello que en su representación icónica aparecen antorchas, espadas y serpientes situándola en un plano hostil.
En una comparación simbólica, Némesis representa el equilibrio para la tragedia vital del antiguo griego. Ante la aparente belleza y legalidad temística que rige la existencia, el pre-helénico se desgarra. Necesita de lo imperfecto, de la mácula, aquella “profunda injusticia” que finalmente representa a través de la monstruosidad del castigo y el horroroso regreso a los infiernos.
EL ÍCONO ÉTICO
A partir de la dualidad Temis-Némesis los griegos clásicos desarrollarán la iconografía de la Justicia conforme a sus propias ideas racionalizadoras. Sólo desde este momento podernos hablar del símbolo de la Justicia como tal, el ícono ético.
El sabio poeta Toegnis de Megara ya decía un siglo antes que el de Pericles que “en la justicia se hayan representadas todas las virtudes”. Con semejante preámbulo, los filósofos clásicos se dedicaron a otorgarle una fisonomía conceptual que construyeron a través de la virtud. Además de ser jerárquicamente superior a las otras, la Justicia proporcionaba una última cohesión al sistema de valores.
Volando a través de los siglos, semejante idea fue recibida en el mundo cristiano a través de San Ambrosio y San Agustín, con evidentes intenciones de adecuarlos a la naciente teología. Finalmente es Santo Tomás de Aquino quien en su Summa Theologiae la caracterizaría como el hábito de la voluntad de tipo justinianea tan conocida entre los juristas y las enmarca dentro de las virtudes cardinales del hombre (prudencia, templanza y fortaleza).
Omitiendo el análisis iusfilosófico que no viene al caso, sí importa mencionar que semejante adaptación conceptual constituyó un importante punto de inflexión en la representación icónica de la Justicia. Por influencia política (alejandrina y posteriormente romana-católica) las virtudes cardinales fueron objetos de innumerables estatuas, pinturas, adornos y otras ilustraciones alrededor de todo el orbe conocido. Su finalidad, sin embargo, no era la de un objeto de culto como las representaciones de las precedentes deidades, sino la conservación de ciertas categorías axiológicas que, complementadas a posteriori con una cierta argumentación racional, debían incorporarse en la conciencia social. A través de la imagen de la Justicia había un verdadero intento institucional por reformar valores.
De esta manera -alejada de su sentido estético original- la Justicia se entronó como monumento al orden impuesto, a la jerarquía y a la razón. Se volvió civilizadora y, por ello, se erigía en las fachadas de tribunales y juzgados locales. A la par con la idea de un procedimiento formal como condición necesaria para la solución de los conflictos, se representó a una mujer blandiendo cadenas u armas. Nuevos elementos iconográficos producto de nuevos elementos conceptuales. El más bullado ejemplo, la balanza, representa a la mayor novedad del sistema: la Equidad, el fruto de la experiencia.
Ahora bien, por sobre el estricto cumplimiento de la ley mundana –muchas veces a través la nueva técnica de la equidad- las resoluciones debían adecuarse con un llamado natural, atendiendo a una prolija observancia de la realidad y a una correcta intelección. Semejante imperativo de la época, fundado en consideraciones dogmáticas y metafísicas también tienen su correlato iconográfico. Aquí es donde subyace el sentido de los libros jurídicos o bíblicos que la Madre Justica toma y lee: las únicas fuentes apropiadas sobre las cuales el jurista puede poner en práctica a la primera virtud del hombre.
LA JUSTICIA ENCEGUECE
Esta creciente formalización e institucionalización del concepto devino en disquisiciones sobre el método. Incipientemente en el siglo XVIII y ya con fuerza en el XIX (junto con la eventual caída del aparataje espiritual y el creciente inmoralismo), el positivismo explota en Europa y sus efectos inundan el orbe jurídico.
En efecto, sobre la base de “De los delitos y las penas” –un imprescindible de la literatura de la ilustración-, se construyen las bases del positivismo arcaico. En este libro, Cesare Beccaria plantearía el irrestricto sometimiento de la ley al texto, desdeñando la indagación sobre el espíritu. Sobre ella escribiría:
“[…] sería la resulta de la buena o mala lógica de un juez, de su buena o mala digestión; dependerá de la violencia de sus pasiones, de la flaqueza del que sufre, de las relaciones que tuviere con el ofendido y todas aquellas pequeñas fuerzas que cambian las apariencias de los objetos en el ánimo fluctuante del hombre”.
Semejante fenómeno tenía que reflejarse en un elemento iconográfico. La Madre Justicia, antes armada de espadas y libros, sufriría de una carencia: se le vendarían los ojos. Con ello se le amputaba al símbolo de feminidad, una de sus cualidades fundamentales y originarias. Perdía, a favor del nuevo concepto, su impresión intuitiva y artística. A cambio, ganaba características masculinas propias de los jueces, la lógica y la racionalidad.
Nada de miramientos específicos, nada de discurrir sobre el Derecho aplicable en virtud de criterios sobre su calificación o relevancia, bastaba atender sobre la exactitud de los hechos. Un producto de una insana época anterior (llena de injusticias y sinrazones) que quiso superarse. Quizás algo entendible para aquellos viejos juristas de épocas pretéritas, pero inaceptable para las épocas venideras.
POR UNA JUSTICIA VIVA
El efecto de la venda que le cubre los ojos empezó a crecer. Tanto la limitaba, que de sólo enceguecerla empezó a momificarla. La Justicia, antes tan bella y sonrosada -llena de esplendorosa vida-, palideció.
Y es entonces cuando el legislador reaccionó. Ante esta nueva realidad metafórica le otorgó una oportunidad para revivir: el actual Estado Constitucional Democrático. De algunos principios informadores del ordenamiento jurídico, promulgados en las distintas cartas fundamentales (como la obligatoriedad de los jueces a dictar sentencias fundadas), surgen nuevos bríos. La Justicia como mujer-valor se vuelve más independiente que nunca, raja sus vendajes atrofiantes, asegura su espada y prepara la balanza. Su objetivo no es sólo el esclarecimiento de los hechos, sino que una verdadera relectura del Derecho aplicable, aquella que sea la mejor posible.
Una buenísima concreción de lo anterior lo constituye la estatua de la Justicia en el frontis de la Corte de Apelaciones de Valparaíso en Chile. Con una mirada hacia el horizonte del mar y una postura desafiante, otorga la bienvenida a jueces, abogados y justiciables. La leyenda dice que es obra de un escultor que, enfadado por una resolución en su contra, transgrede el modelo decimonónico. Lo cierto es que se planta radiante y serena, con una mano en la cintura y otra sujetando casualmente sus instrumentos. Rompe el molde. Se para frente a la Ley que antes la sujetaba, la mira cara a cara y, tal como lo hacían los antiguos, "siente" el Derecho. Finalmente arrojará su espada sobre las cabezas de quien corresponda, pero no sin antes esgrimir sus razones.
Este es el nuevo paradigma icónico, la nueva Justicia. Se corresponde con la libertad preconizada por nuestros actuales principios además de una herramienta que se vuelve más fundamental que nunca, la argumentación. Es Temis, es Némesis, es la virtud que se exige, y es la garantía de seguridad. Es, en fin, aquella mujer madura capaz de enfrentarse a lo desconocido, caminar tranquila por los diferentes caminos del Derecho y no temer a la oscuridad.
BIBLIOGRAFÍA
BECCARIA, Cesare: "De Los Delitos y Las Penas", Editorial Alianza, Madrid, 1968.
GRAVES, Robert: Los Mitos Griegos I, Alianza Editorial, Madrid, 1985.
JUNG, Carl G. et al.: El Hombre y sus símbolos, Editorial Caralt, Barcelona, 1997.
LEVINAS, Emmanuel: Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1987.
NIETZCHE, Friedrich: El Nacimiento de la Tragedia, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2007.
Estatua de la Justicia
Corte de Apelaciones
Valparaíso, Chile
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