domingo, 19 de octubre de 2008

El Retorno del Conejo que deviene



El corto es una representación de la prueba original.

Comienza y finaliza con la carrera de un conejo, que tiene su nombre común a cuestas a modo de etiqueta. A partir de éste símbolo/signo todo está etiquetado, volviéndose patente. Los personajes, excepcionalmente, carecen del etiquetado. Corresponde a la idea de aquella interpretación válida de las cosas: una imposición coercitiva de la lectura sobre los objetos, el poder verídico de la ciencia. Sobre la base de las verdades estáticas, etiquetadas, hay un afán intelectual, el querer nombrarlo todo a través de la atribución de “lo ajeno”. Este es el afán que sirve de tentación para los personajes. Surge en forma de ídolo desde las entrañas del conejo señalándonos la decadencia del hombre tal como el pecado cometido por Adán y Eva en la mitología judeocristiana ( mención a la manzana infestada).

La insaciabilidad del ídolo se transfiere a los personajes en tres formas típicas más o menos sugeridas: la vanidad, el placer y el poder. El hombrecito dorado desde un comienzo les adelanta su destino fatal: la transformación de una malla para cazar en un gigantesco hueso(¿referencia a la primera herramienta?) no es sino un presagio. Desde allí el ídolo convierte a las moscas en joyas y plumas, y a las avispas en joyas y tinta.

La mención a la escritura como medio fatal es evidente. Las plumas y la tinta no sirven sino para comerciar en la ciudad, siempre en miras de obtener mayor mermelada para satisfacer al ídolo. Las joyas, por su parte, cumplen una labor fundamental. Su presencia estimula la imaginación perversa de los niños, quienes se representan como reyes. He aquí el punto de no-retorno. Tal como ocurre con nuestros primeros padres, que al probar del árbol de las ciencias aspiraron a ser como dioses, la caída se vuelve inevitable. Las escenas sobre su insólita ambición son varias. El hombrecito no deja de comer una mermelada tan roja como la sangre. De manera igualmente depravada transforma insectos, atraídos por la pestilente de mortandad de la granja.

En cuanto a los niños, su vicio está simbolizado por las actitudes que se escapan de aquellas que tendrían unos chicos normales. Su alejamiento del estado original se representa por la conducción del coche hacia la ciudad. La separación edén-mundo la señala un arco, y la bienvenida la da una iglesia y un burro que rebuzna (!). La futilidad de la ciudad es evidente, y en medio de la plaza se ven dos futbolistas.



Pero como en toda fatalidad surge el desengaño. Esta vez lo proporciona el mismo ídolo, al convertir a un pez en corona y a un reloj en escopeta. El símbolo cristiano se vuelve real y el tiempo en arma. Los niños han fracasado, su carencia espiritual es evidente, su destino: trágico. El conejo muta primero en coloridos seres voladores que corresponden a los "humores", y la posterior aparición del tigre no es más que la representación monstruosa de la sombra del espíritu. El atroz desenlace corresponde a la muerte del alma. El producto de su fracaso vital, la caída.


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